La influencia de la pobreza multidimensional en la desnutrición y complicaciones de salud de los indígenas panameños

by David Burke

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From the earliest days of colonization in North America, indigenous peoples have lost control of their land. In Panama, corporations and the government use historically indigenous lands to produce the most profit possible via exportation-focused agriculture and other projects, rather than sustaining the people to whom the land originally belonged. In addition to no longer being the primary beneficiaries of their land, indigenous Panamanians also suffer significantly higher rates of multidimensional poverty than their non-indigenous counterparts. Multidimensional poverty is a highly informative measure of poverty because it considers ten factors that influence quality of life, rather than only measuring income. As a result of unethical land use practices and pervasive poverty, indigenous Panamanians, especially children, have startlingly high rates of chronic malnutrition, which leads to higher rates of preventable chronic diseases and a lower overall quality of life. Advocates for indigenous people have suggested a potential solution to this issue: that indigenous people be permitted to have food sovereignty. Food sovereignty is a system of agriculture that prioritizes local farmers and citizens having control of their land instead of corporations. Under this idea, indigenous Panamanians would be able to grow foods and other products that meet the needs of those living on their land. Such a solution would be highly complicated to reach because it would require systemic changes in the priorities of Panamanian society, but it is a promising idea. For now, however, current gaps in wealth and the rights to land foster a large health disparity between indigenous and non-indigenous Panamanians.

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Desde que se colonizó Centroamérica, los indígenas han perdido control de su tierra (Caribe). Hoy día, mucha tierra cultivable en la que vivían históricamente se utiliza para cultivar lo que produce el más lucro de manera que no beneficia a los indígenas (Revista Envío – Reflections from the Ngäbe-Buglé region: Food security or food sovereignty?). También la tierra alrededor de sus comunidades se utiliza para proyectos gubernamentales que dañan sus propiedades (Gus GFX). A pesar de que Panamá es el país más rico de Centroamérica, tiene la brecha de riqueza más grande del subcontinente, sobre todo entre los indígenas y los no indígenas (“Ministerio de Economía y Finanzas de Panamá”). La pobreza multidimensional es una medida de la pobreza que se emplea para entender esta brecha de riqueza. Es más informativa que el ingreso promedio porque es más holística, considerando diez factores que influyen la calidad de vida. Este ensayo demostrará que en Panamá, las practicas del uso de la tierra que son indiferentes a los derechos y necesidades de los indígenas, en conjunción con las políticas educativas que ignoran el valor de la dieta indígena tradicional, crean una brecha en las tasas de la pobreza multidimensional entre los indígenas y no indígenas, lo cual lleva a que los indígenas padezcan tasas elevadas de desnutrición y enfermedades prevenibles como el retraso en crecimiento, la diabetes, el cáncer, y las enfermedades del corazón. Una sugerencia que podría reducir esta brecha es permitir que los indígenas tengan “soberanía alimentaria,” lo que significa que tendrían control de su propia tierra para cultivar sus comidas tradicionales en vez de depender de fuentes de alimentación menos saludables.

Aunque Panamá es el país más rico y tiene el PIB (producto interior bruto) per cápita más alto en Centroamérica ($16,040) (World Economic Outlook), la distribución de esta riqueza es la menos equitativa en el subcontinente. El índice GINI es una coeficiente que mide la discrepancia promedia entre los ingresos de todas las personas de un país. Si es alto, la discrepancia promedia entre los ingresos de los miembros de la sociedad es alta (“¿Cómo se mide la desigualdad?”). El PIB de Panamá ha crecido casi cuatro veces desde el año 2000, pero según el índice GINI, lamentablemente, se ubica en el lugar 141 de 159 en el mundo en cuanto a la desigualdad (siendo 159 el más desigual), lo que es más desigual que cualquier otro país de Centroamérica (Sánchez-Galán). Los ingresos promedios por año de tres de las provincias más ricas de Panamá son los siguientes: Los Santos con $7,267.20 (en USD), Herrera con $7,689.60 y Panamá con $9,228, (promedio: $8,061.60) (Instituto Nacional de Estadística y Censo). Al contrario, los ingresos promedios por año de las comarcas (que son regiones administrativas semiautónomas que consisten principalmente en los indígenas) más pobres de Panamá son los siguientes: Ngäbe Buglé con $3,026.40, Guna Yala con $2,104.80 y Emberá con $3,027.60 (promedio: $2719.60) (Instituto Nacional de Estadística y Censo). Las comarcas más pobres consisten en lugares más rurales que las zonas más ricas, que consisten en lugares más urbanos, lo que podría ayudar explicar esta brecha ya que los ingresos suelen ser más altos en los lugares más urbanos. Sin embrago, es evidente que los indígenas en Panamá operan con muchos menos recursos (casi tres veces menos) que los no indígenas. Esta falta de ingreso tiene impactos fuertes sobre el nivel de vida que los indígenas pueden alcanzar.


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Una medida que emplea el MEF (Ministerio de Economía y Finanzas) de Panamá para medir la pobreza es la tasa de personas que sufren de “la pobreza multidimensional.” Es más reveladora que los ingresos simples porque mide una variedad de factores que impactan el nivel de vida, a diferencia de solamente el dinero. También tiene en cuenta las diferencias en el costo de vida en lugares distintos ya que mide factores de calidad de vida además del dinero. Lo multidimensional tiene que ver con diez características: “vivienda adecuada (ampliar el espacio, y una construcción de protección frente a fenómenos climáticos), acceso a servicios básicos de agua, saneamiento, alimentación, salud, educación, información, recreación, identidad y protección ante el trabajo infantil.” Si existiera una carencia en tres o más de estas diez categorías, se diría que el individuo sufre de la pobreza multidimensional. (“Índice de Pobreza Multidimensional Niños, Niñas y Adolescentes – Panamá 2018”). Se espera que, si una familia panameña sufre de la pobreza multidimensional, no tiene suficientes recursos para cubrir el costo de alimentación básica por mes. Es decir, no pueden protegerse contra el hambre, y es probable que los niños de la familia padezcan algún tipo de desnutrición (Prosperi).

En las tres provincias más desarrolladas, Los Santos, Herrera y Panamá, las tasas de pobreza multidimensional en 2019 eran relativamente bajas, siendo 4.2% por Los Santos, 7.2% por Herrera y 8.5% por Panamá (promedio: 6.6%). Al contrario, las tres comarcas más pobres (que consisten principalmente en poblaciones indígenas), Ngäbe Buglé, Guna Yala y Emberá, sufrían de tasas de pobreza multidimensional más altas en 2019, siendo 93.4% por Ngäbe Buglé, 91.4% por Guna Yala y 70.8% por Emberá, (promedio: 85.2%) (“MEF de Panamá”). Estas tasas de pobreza multidimensional son casi 13 veces más altos que las de las provincias más desarrolladas, por promedio. Vale la pena señalar que los salarios por año (mencionados anteriormente) alinean bien con esta tendencia: los indígenas se encuentran con un ingreso más bajo y una tasa de pobreza multidimensional más alta que los no indígenas. Por tanto, es fácil ver que la pobreza multidimensional tiene un efecto desproporcionado en los indígenas de Panamá.

Desde que llegaron los europeos a América, la forma de vida indígena ha estado bajo ataque. Han sido forzados adoptar una cultura no suya, y han sido explotados para su tierra y recursos. Aunque nuestra sociedad mundial parece estar convirtiéndose en ser más progresiva, reconocer los derechos de los indígenas es un área en la que definitivamente se falta progreso (Revista Envío). Un ejemplo triste de esta situación inhumana es el proyecto Barro Blanco, un proyecto propuesto en 2007 que creó una represa hidroeléctrica que tenía la potencial de hundir (y en algunos casos ha hundido) las tierras de hasta 5,000 personas Ngäbe. Recibió la aprobación de la compañía que la creó y del gobierno, pero estos partidos no consultaron suficiente a los Ngäbe que vivían cerca de donde construyeron la represa. Los Ngäbe estuvieron de acuerdo porque recibieron información insuficiente y deshonesta que sugirió que ningún grupo étnico se afectaría (“Barro Blanco Hydroelectric Dam Threatens Indigenous Communities”).

En realidad, muchas personas Ngäbe fueron desplazadas, las tierras fueron hundidas, y el río Tabasara (del que dependen los Ngäbe en esta región para agua) se convirtió en lagos estancados. Las tierras son protegidas constitucionalmente, pero el gobierno abusó de estos derechos. La delimitación comarcal pertenece a la categoría de “propiedades colectivas,” pero la compañía, Generadra del Istmo S.A., o GENISA, y el gobierno ignoraron este hecho y procedieron con el proyecto de todos modos (Gus). En 2016, el proyecto fue parado en un movimiento sin precedentes por el gobierno de Panamá (“Panama Withdraws Problematic Barro Blanco Dam Project from CDM Registry”). Pareció ser una gran victoria que muchos celebraron. Sin embargo, en 2017, la Corte Suprema de Panamá dictaminó que, debido a que los Ngäbe no habían emitido un rechazo formal, la operación de la represa podría comenzar de nuevo. En este momento, no hay ninguna avenida legal para apelar la decisión, y se han hundido 11 casas y campos que pertenecían a los Ngäbe (Mejia Giraldo). Es decepcionante que el gobierno abuse de los tecnicismos legislativos en vez de defender una gente marginalizada. Desafortunadamente, el proyecto Barro Blanco no es el único ejemplo de la indiferencia del gobierno y las empresas a los indígenas de Panamá.

Además del proyecto Barro Blanco, no han importado los derechos de los indígenas de Panamá al gobierno y a las empresas sistémicamente. La distribución de la tierra cultivable (un recurso finito) en Panamá se enfoca en cultivar lo que produce el más lucro cuando se exporta. Los cereales, la carne, el azúcar, el café y las plantas que producen el etanol (como el maíz) reciben prioridad. Por eso, se impide que los indígenas tomen sus dietas tradicionales porque las comidas en las que consisten no producen tanto lucro. Debido a que los indígenas suelen ser pobres, no tienen el poder de decidir qué tipos de cultivos se cultivarán. Es una triste realidad económica que enfrentan. Los pocos proyectos agrícolas que se han implementado en la región donde viven los Ngäbe se han enfocado en los cultivos de exportación como el café y algunos vegetales que no son tradicionales para los indígenas, como la lechuga y las zanahorias (Revista Envío). Debido a la motivación de ganar lucro, el gobierno y las empresas no priorizan la salud de los indígenas.

Las dietas tradicionales de los indígenas de Panamá consisten en comidas saludables y nutritivas que son únicas a sus propias culturas. Por ejemplo, tradicionalmente, la gente Ngäbe come ñürün, una planta con flores y corazones de palma comestibles que contiene altos niveles de minerales. Además, come las palmas de durazno con altos niveles de proteína, aceites, y vitaminas solubles en grasa. Consume comidas secas como gwa münün (polvo del pescado) y kwi münün (polvo del pollo) que ofrecen un contenido alto de proteína y una enorme cantidad de otros nutrientes. Estos polvos son únicos a la cultura de los Ngäbe y no se conocen bien en el mundo más desarrollado. También, históricamente, los Ngäbe come una gran variedad de hongos, tubérculos, frutas y nueces que ofrecen muchos macronutrientes como los carbohidratos, la proteína y la grasa, además de los micronutrientes como las vitaminas (Revista Envío). Las dietas tradicionales parecen muy saludables, pero los factores económicos previenen que los indígenas puedan aprovecharse de esos beneficios que ofrecen.


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De modo parecido a los factores económicos, las políticas educativas de Panamá ignoran los beneficios de la comida tradicional indígena. Los educadores panameños han sido conocidos por describir la comida indígena como asquerosa (Revista Envío), así que no es de extrañar que las dietas tradicionales no sean populares entres los indígenas. Ahora, parece que al sistema educativo le faltan programas suficientemente efectivos para mejorar la alimentación. Por eso, está fallando a los niños indígenas en cuanto a la educación sobre la alimentación por disuadirlos de tomar estas comidas saludables. Sin embargo, no se pierde toda la esperanza. Al gobierno de Panamá le interesa implementar el programa de “Escuelas Sostenibles” que se enfoca en “la protección social” y “el derecho a la alimentación adecuada.” Ya se ha implementado en otros países con buenos resultados como una expansión en el acceso a la alimentación adecuada (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura: Escuelas Sostenibles: iniciativa para mejorar la alimentación de niñas y niños). Se espera que este programa haga un impacto positivo en la calidad de alimentación de los niños en Panamá. No obstante, en este momento, el sistema educativo de Panamá está desalentando a los niños indígenas de seguir una dieta indígena tradicional equilibrada.

La dieta verdadera de los indígenas es sustancialmente menos nutritiva y saludable que las dietas tradicionales. Un estudio que se enfocó en los indígenas Kuna (o Guna) de Panamá (un grupo de indígenas que vive en la región Guna Yala en el noreste de Panamá, en el continente y en las islas) descubrió que 85% de los Kuna come comida rápida de algún restaurante cada semana (Neitzel et al.). En comparación a la tasa promedia de Panamá (76%) de comer comida rápida semanalmente (sin distinción de grupo étnico ni lugar) (Medrano Velasquez), la calidad de la alimentación que obtienen los indígenas es más baja. Esta disparidad se correlaciona con las tasas de pobreza de esta región. En 2019, la región Guna Yala sufría una tasa de pobreza multidimensional de 91.4%, mientras que Panamá tenía, entre su población entera, una tasa de pobreza multidimensional de 21.5% (“Ministerio de Economía).

Aunque este tema es imprescindible para la salud de los indígenas, parece que existe un vacío en el conocimiento de este tipo de información sobre las dietas actuales de otros grupos indígenas en Panamá. Es difícil y cara realizar las encuestas en una escala tan grande como es necesario para obtener una representación precisa en regiones donde la población es escasa. También, el gobierno ha mostrado repetidamente que los indígenas no son una prioridad, por eso no sorprende que no se hayan realizado estos estudios importantes. Sin embargo, se puede esperar que esta correlación entre la pobreza multidimensional y las dietas menos nutritivas exista con otros grupos indígenas también, incluso los Ngäbe. Aunque los indígenas tienen una tradición rica de comer comidas nutritivas, la realidad económica que enfrentan ahora los obliga a escoger las opciones de menos valor nutricional. En combinación con que los sistemas educativos frecuentemente no consideran las comidas indígenas válidas para la alimentación adecuada, les cuesta a los indígenas alimentarse de una dieta equilibrada.

El resultado de estas deficiencias económicas y educativas es que los indígenas padecen tasas elevadas de desnutrición y también condiciones prevenibles (“Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura”). Los niños indígenas menores de cinco años padecen tasas de desnutrición crónicas (62%) tres veces más altas que el promedio nacional (19%) (Revista Envío; “Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura”). Las tasas de condiciones crónicas se aumentan cuando un individuo padece la desnutrición. Por ejemplo, las tasas del retraso en el crecimiento correlacionan con la desnutrición y son más altas en los indígenas en Panamá (Gatica-Domínguez et al.). Se espera que otras condiciones crónicas como la diabetes, las enfermedades del corazón y el cáncer correlacionen con la desnutrición también, pero parece que existe un vacío en el conocimiento de este área también, como el conocimiento de la alimentación indígena. De hecho, ciertos estudios sobre las tasas del cáncer que se han realizado no consideran el estatus indígena de los panameños que se estudiaron (Moore et al.), y otros admiten que subestiman estas tasas entre los indígenas (Politis et al.). Es decir la realidad podría ser aún peor de lo que se sabe. La brecha en la calidad de la salud entre los indígenas y los no indígenas es un producto de las diferencias en la pobreza multidimensional que los grupos enfrentan y también las practicas gubernamentales del uso de la tierra y educativas que impiden que los indígenas tomen una dieta más nutritiva como su dieta tradicional.

Defensores de los indígenas han propuesto que los indígenas deberían tener “soberanía alimentaria,” lo cual significa que la gente local tendría control sobre lo que se cultiva en su tierra, priorizando el derecho de la gente definir sus propias políticas agrícolas y alimentarias. Si la soberanía alimentaria fuera la política imperante, la producción de alimentos en las regiones donde viven los indígenas se enfocaría en proporcionar alimentación nutritiva para la comunidad local en vez de las exportaciones, o por lo menos antes de las exportaciones. La idea de soberanía alimentaria es diferente de la idea de seguridad alimentaria porque se enfoca en cambiar el sistema que produce la comida en vez de solamente qué, cuánto y por quién la produce (Revista Envío). Como exactamente implementar este tipo de sistema es una pregunta difícil debido a las complicadas realidades de la economía de Panamá, pero es una pregunta que los partidarios de esta idea tendrían que considerar cuidadosamente. De verdad, es difícil que los programas gubernamentales resuelvan los problemas de desnutrición que enfrentan a los indígenas porque los problemas no solamente son educacionales, sino que son sistémicos, y eso exige mucho más tiempo y esfuerzo para resolver. En este momento, los factores económicos y las deficiencias del sistema educativo en cuanto a la alimentación previenen que los indígenas en Panamá tengan la soberanía alimentaria. Tienen que consumir lo que está disponible.


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Los indígenas panameños padecen la desnutrición en una tasa elevada significantemente comparado a los no indígenas de Panamá (“Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura”). Sería demasiado fácil decir que es así por elección. La causa es mucho más compleja. La pobreza multidimensional influye cada aspecto de la vida de los que la padecen, incluso su habilidad de proveer comidas saludables para su familia (“Índice de Pobreza”). Además, las practicas agrícolas en Panamá se enfocan en ganar el más lucro posible en vez de concentrarse en proveer la comida saludable para su gente, lo que desproporcionadamente afecta a las personas indígenas debido a que suelen ser más pobres. Los programas educativos sobre la alimentación no son suficientes para aliviar estos problemas, y a veces pueden empeorar la situación desalentando a los indígenas de tomar su dieta tradicional, lo que tiene valor nutricional alto. Las consideraciones para encontrar una solución son aún más complejas que las causas. Se ha sugerido que los indígenas deban tener la “soberanía alimentaria” para que puedan escoger lo que se cultiva y tener alimentación mejor (Revista Envío). Sin embrago, muchos desafíos acompañan implementar esta idea porque requeriría cambios sistémicos, lo que no se pueden alcanzar fácilmente. Por ahora, a los indígenas de Panamá les falta el poder de controlar como se usa su tierra. En combinación con que sufren la pobreza multidimensional con frecuencia, las circunstancias económicas y sociales causan que quede una gran brecha en la calidad de nutrición entre los indígenas y los no indígenas en Panamá que causa resultados de la salud desiguales.

Bibliografía

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Acknowledgements

I would like to thank my research mentor, Dr. Magdalena Matuskova, for her help throughout the process of writing and revising this essay. She has taught me an incredible amount of new Spanish, been very patient with me, and made many helpful suggestions during our weekly meetings to improve my essay.

Citation style: MLA